La Puesta del Sol


La llamada del médico les desconcertó, no esperaban el resultado de las pruebas hasta dos semanas más tarde. El impacto que les causó la conversación les derrumbó. Tenían puestas sus esperanzas en la ciencia, en el tratamiento seguido durante dos años que parecía irle a Ricardo bastante bien. El desenlace era inevitable. “No más de dos meses” —le comunicó a Clara con voz rota el doctor—. Ella miró a Ricardo. Las lágrimas le delataron, el silencio duró el resto del día…

El avión aterrizó sin problemas en la pequeña pista de la isla. Clara y Ricardo, casi sin equipaje, se disponían a pasar unos días alejados de todo lo conocido. Sólo deseaban vivir cada segundo del día intensamente.
“Contemplar una puesta de sol con el mar de fondo es lo que más deseo y conocer qué misterio se encuentra tras ella" —le decía Ricardo a Clara—. Se dispusieron a realizarlo después de disfrutar una ligera cena.
Un taxi les acercó al final del paseo. Ricardo no conseguía caminar más de cinco minutos seguidos sin agotarse. Anduvieron unos metros y se sentaron sobre una roca que se amoldaba perfectamente al contorno de ambos. El silencio seguía acompañándoles, sus manos enlazadas delataban temor y ternura a la vez. Intuían, pero ninguno se atrevía a articular palabra.

El rey Sol, majestuoso, se acercaba al horizonte sin prisa pero sabiendo que debía cumplir con su cometido un día más. Mientras, unos pajarillos se disponían a refugiarse en el nido ante los peligros de la noche.

Ricardo apretaba cada vez con más fuerza la mano de Clara. Su corazón parecía sobresalir del pecho, unas punzadas le hacían contraerse de dolor, aun así callaba…

El cielo se estaba convirtiendo en todo un espectáculo de colores; unas nubes se ofrecían a multiplicar la danza de luz, rayos de luz encarnada y violeta se extendían por el firmamento entremezclándose. Un sol anaranjado comenzaba a sumergirse entre las olas danzantes, en la franja que marcaba el antes y el después de un día irrepetible.

Clara apoyó su cabeza sobre el hombro de Ricardo. Le abrazó como si fuera a escaparse. Se miraron. Ella le dijo: “prométeme que nos volveremos a encontrar una vez más”. Él sonrió, sus gestos eran ya bien conocidos por Clara; entendió su mensaje y le dijo: “claro que sí, ya lo hablamos en otras ocasiones, sabes que nos pertenecemos desde el alba de la vida y esta vez no será diferente, nos esperan nuevas aventuras, nuevos retos que juntos viviremos”.

El Sol se despedía dejando sus rayos entre las nubes como mudos testigos de su presencia más allá de lo visible.

Ricardo besó a Clara con una sensación de despedida, su corazón parecía no aguantar más. Un intenso calor le recorrió todo el cuerpo. Un instante después se encontraba en pie, contemplándose a sí mismo recostado en Clara. Ésta, absorta ante el cielo multicolor.
Se acercó a ella, le tocó la frente y pasó su mano por la mejilla, acariciándola. Un nuevo beso le dio. Clara sonrió sintiéndolo y sin palabras le dijo: “te amo, siempre te amé y siempre te amaré”.

Junto a Ricardo se encontraba, aparentemente surgido de la nada, un viejo amigo del mundo de los sueños. Se miraron. Éste le guiñó un ojo y le dijo: “¿estás listo?”
Ricardo contestó, tras un suspiro, “sí, estoy preparado aunque abatido por la tristeza”.
El viejo amigo le dijo: “sabéis que no estáis separados ni aún por un instante, vuestras almas están enlazadas incluso antes que existiera el universo y así será eternamente. No dejes que la apariencia de lo ilusorio te atrape”.
Clara les miró, con un gesto afirmativo con su cabeza le indicaba que se marchase, añadiendo: “estoy llena de tu amor, soy feliz, pronto estaré contigo”.

Dos pequeños soles policromados comenzaron a formarse ante Clara, dilatándose y fundiéndose con los rayos que aún permanecían en el cielo crepuscular.

Ella se levantó, recostó el cuerpo inerte de Ricardo y comenzó a caminar por el paseo.
Una luna creciente comenzaba a surgir sobre el horizonte.
Con una sonrisa se alejó, después de contemplar una puesta de Sol única en su vida, perdiéndose entre las palmeras y el gentío.

Dedicado a quienes han visto alejarse a un ser querido "para siempre".


Ángel Khulman